26.2.08

Chávez, el socialismo del siglo XXI y los problemas del periodo de transición

Por: Osvaldo Calello

www.izquierdanacional.org

La revolución venezolana ha entrado en una fase que resultará definitoria respecto a su futura orientación. Tras el resultado del referéndum del 2 de diciembre el presidente Chávez ha declarado a modo de autocrítica: “Yo estoy obligado a reducir la velocidad de marcha. He venido imprimiéndole una velocidad a la marcha más allá de las capacidades o posibilidades del colectivo; lo acepto, y allí uno de mis errores”, y advirtió, “las vanguardias no pueden desprenderse de la masa. ¡Tienen que estar con la masa! Yo estaré con ustedes, y por eso tengo que reducir la velocidad”. Más adelante dijo: “Para nada es un espíritu de rendición, ni de moderación ni de conservatismo. Es realismo. ¡Realismo! Calma, paciencia, solidez revolucionaria. Nadie debe sentirse derrotado ni desmoralizado; todo lo contrario, se requiere más fuerza moral, más mística revolucionaria, mayor capacidad del pueblo para organizarse, mayor conciencia popular, mayor voluntad del gobierno, del pueblo, de las instituciones, de la revolución”.

¿Fueron éstas las razones de la derrota? El frente de la contrarrevolución logró organizarse esta vez en torno a una sola consigna: el no a la reforma constitucional, paso previo a la neutralización o el derrocamiento del gobierno de Chávez. Hacia ese punto convergieron los antiguos partidos de la IV República y los desprendimientos del chavismo como Podemos y el ex ministro de Defensa, Isaías Baduel, las cámaras empresarias representantes de la oligarquía terrateniente y la gran burguesía, los medios privados de difusión masiva, la derecha estudiantil, la jerarquía de la iglesia católica, las ONG financiadas por el gobierno norteamericano y las consultoras contratadas por la embajada de ese país. Washington tuvo un papel central en la organización de la oposición y en los preparativos de una campaña de desestabilización y golpe militar, en caso de que el sí se impusiera en el referéndum.[1]

Esta oposición se tradujo, entre otras cosas, en una sistemática política de especulación, desabastecimiento y encarecimiento de los productos de primera necesidad, dirigida a deteriorar las condiciones de vida de las grandes masas venezolanas y provocar su descontento. El sabotaje económico fue acompañado por una campaña de terrorismo mediático contra la reforma constitucional.

Sin embargo, a pesar de esta concentración de fuerzas y recursos, el campo antichavista apenas si aumentó en 200 mil votos, equivalente al 5%, respecto al registro alcanzado en las elecciones presidenciales de 2006. En cambio, el vuelco decisivo se produjo en el otro campo: de los 7,3 millones de venezolanos que votaron por Chávez un año atrás, esta vez el voto por el sí se redujo a 4,4 millones en números redondos, marcando una caída de 40%. El grueso de los 2,9 millones de votos de diferencia fueron a parar a la abstención.

¿Faltó fuerza moral, mística revolucionaria, capacidad para organizarse, como señala Chávez al mencionar las causas de la derrota? No por parte de los trabajadores, los campesinos y las grandes masas populares. Casi tres millones de abstenciones no están indicando el retraso de la base respecto al ritmo que le ha impuesto el gobierno al proceso de transformaciones. Parecen más bien expresar el descontento y el malestar de una parte del movimiento chavista ante las limitaciones, vacilaciones y contradicciones de la dirección bolivariana para resolver los problemas de fuerte impacto popular como el desabastecimiento, el aumento constante del costo de vida, la inseguridad y la corrupción de la burocracia; en definitiva para imprimir un giro radical a las tareas nacional-democráticas, tales como la expropiación de los corporaciones monopólicas causantes de la especulación, o la democratización del aparato estatal, controlado por un funcionariado conservador, encargado de desvirtuar o bloquear las mejores medidas del gobierno. Sin embargo, Chávez, que contaba desde febrero de 2007 con poderes especiales para legislar por decreto durante 18 meses, además de mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, no los utilizó para abordar los problemas vitales que gravitaban pesadamente sobre la situación de las capas más desprotegidas. Los aplicó, en cambio, para indultar a los golpistas de abril de 2002 luego de conocidos los resultados del 2 de diciembre, inclinándose en favor del ala reformista de su movimiento. Asimismo, dispuso la liberación de los precios de algunos alimentos básicos y formuló un llamado a la reconciliación de los venezolanos.

Esas iniciativas fueron acompañadas por declaraciones ciertamente significativas. “Tenemos que buscar alianzas con la clase media, tenemos que buscar alianzas incluso con la burguesía nacional”, declaró Chávez a comienzos de enero. El sentido de esta afirmación quedó claro de inmediato al advertir que no había que dejarse “chantajear por voces del extremismo, de tesis pasadas de moda que en ninguna parte del mundo las van a conseguir: que si eliminación de la propiedad privada… ¡no, no, no! Esa no es nuestra tesis. Hay que buscar, más allá de eso, las alianzas para fortalecer el nuevo bloque histórico, como lo llamaba Gramsci”. (En agosto de 2007 había asegurado que “el socialismo venezolano acepta la propiedad privada. Estatizar es aferrarse a un dogma”). En esa misma ocasión instó a dejar de lado al marxismo-leninismo, al que juzgó como una “tesis dogmática, pasada de moda”, aunque por el contenido, sus declaraciones parece que iban más allá de la descalificación del ícono que el stalinismo convirtió en religión oficial del Estado soviético.

Chávez, que tiene una interpretación particular de los textos y de la obra de los revolucionarios marxistas, instó a leer a Lenin, como en otra ocasión había recomendado estudiar a Trotsky, y escuchar los consejos de Fidel Castro, Daniel Ortega y del presidente de Bielorrusia, Alexander Lukachenko, “quienes no sólo han hecho teoría; han gobernado y hecho revoluciones”. Sobre éste último dijo: “Lukachenko viene de la era soviética, y vio como cayó la Unión Soviética. Y una de las cosas que me dijo fue: ‘los empresarios, esa burguesía nacional, hay que tratar de que tengan sentido nacional, amor a su nación y a su patria, aún cuando sean empresarios y tengan dinero. ¡Pero que hagan inversiones en el país!”.

Chávez ha hecho del socialismo una suerte de horizonte significativo en el que pretende inscribir las iniciativas, la política y la experiencia de la revolución bolivariana. Sin embargo sus invocaciones al Socialismo del Siglo XIX nunca han pasado de un nivel de generalidad, suelen resultar ambiguas y en muchos casos contradictorias. ¿Un nuevo tipo de socialismo caracterizado por la propiedad de los medios de producción y de cambio en manos de la burguesía? El presidente venezolano suele aconsejar estudiar los escritos y la práctica de los revolucionarios del siglo XX. Sin embargo parece pasar por alto que todas las revoluciones que desde octubre de 1917 intentaron abrirse camino en dirección al socialismo, partieron de un acto fundacional: la nacionalización de la tierra, del sistema bancario, de la gran industria y del comercio exterior, es decir de la expropiación de la burguesía y la instauración de una dictadura revolucionaria. En Venezuela nada de esto está contemplado en el programa bolivariano. Chávez proclamó el objetivo socialista luego de la contundente victoria electoral en diciembre de 2006. Desde entonces los avances más importantes consistieron en nacionalizaciones, bajo la forma de compras a las multinacionales de una parte del paquete accionario, en las áreas de los hidrocarburos, la electricidad y las comunicaciones, operación que dejó al Estado en situación de socio mayoritario. El camino elegido parece ser el de una coexistencia con el capitalismo, mientras se consolida un área de economía social, con el Estado jugando un papel de contralor en el proceso de acumulación.

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